sábado, 13 de noviembre de 2010

Del Nuevo Ídolo - Así habló Zarathustra - Friedrich Nietzsche


"... En algún lugar quedan todavía pueblos y rebaños, pero entre nosotros, hermanos míos: aquí hay Estados.


¿Estados? ¿Qué es eso? ¡Pues bien, abrid los oídos! ¡Voy a deciros mi palabra sobre la muerte de los pueblos!

Estado es el nombre que se da al más frío de todos los monstruos fríos. El Estado miente con toda frialdad y de su boca sale esta mentira: “Yo, el Estado, soy el pueblo”.

¡Qué gran mentira! Creadores fueron quienes crearon los pueblos, por la fe y el amor: así sirvieron a la vida. Aniquiladores son quienes ponen trampas a la multitud, y denominan Estado a tal obra: suspenden sobre los hombros una espada, y cien apetitos.

Donde todavía existe pueblo, éste no entiende al Estado, y le odia, considerándole como un mal de ojo, como un crimen contra las costumbres y los derechos.

Yo os hago esta advertencia: cada pueblo habla su propia lengua del bien y del mal; su vecino no la entiende. Cada pueblo se ha inventado su lenguaje en costumbres y derechos.

Mas el Estado miente en todas las lenguas del bien y del mal. Cuanto dice es mentira, y cuanto tiene es porque lo ha robado.

Todo en él es falso; con dientes robados muerde, ese mordedor. Hasta sus entrañas son falsas.

Confusión de lenguas del bien y del mal: esa señal os doy como señal del Estado. ¡Y, en verdad, esa señal indica voluntad de muerte! En verdad, hace señas a los predicadores de la muerte.

¡Vienen al mundo demasiados hombres! Para los superfluos fue inventado el Estado. ¡Ved cómo convoca a los superfluos, cómo los devora, y los tritura, y los rumia!

“Sobre la tierra, nada existe más grande que yo: yo soy el dedo ordenador de Dios”. Así ruge el monstruo. ¡Y no son sólo los de orejas largas y vista corta los que se postran de rodillas!

¡Ay, también en vosotros, de alma grande, el monstruo desliza sus sombrías mentiras! ¡Ay, él adivina cuáles son los corazones generosos y ansiosos de prodigarse!

¡Sí, también os adivina a vosotros, los vencedores del viejo Dios! ¡Salisteis del combate fatigados, y vuestra fatiga redunda ahora en provecho del nuevo ídolo!

El nuevo ídolo quiere rodearse de héroes y hombres de honor. ¡Ese frío monstruo se complace en calentarse al sol de las buenas conciencias!

Si vosotros le adoráis, el nuevo ídolo os lo concederá todo a vosotros: por ello compra el brillo de vuestra virtud y la mirada de vuestros ojos orgullosos.

¡Quiere que le sirváis de cebo para atraer a los superfluos! ¡Sí, una infernal artimaña ha sido aquí inventada, un corcel de muerte enjaezado con el tintineante adorno de honores divinos!

Aquí ha sido inventada, para muchos, una muerte que se precia de ser vida: en realidad, un servicio íntimo para todos los predicadores de la muerte, una servidumbre a la medida del deseo de todos los predicadores de la muerte.

Estado llamo yo al lugar donde todos, buenos y malos, son bebedores de venenos; Estado, al lugar, donde todos, buenos y malos, aseguran su perdición. Estado, al lugar donde se llama “la vida” al lento suicidarse de todos.

¡Contemplad a esos superfluos! Siempre están enfermos, dan salida libre a su bilis, y la llaman periódico. ¡Unos a otros se devoran, y ni siquiera pueden digerirse!

¡Contemplad a esos superfluos! Adquieren riquezas, y con ello resultan más pobres. Quieren poder, y, en primer lugar, la palanqueta del poder, el oro -¡esos insolventes!

¡Contemplad cómo trepan esos ágiles simios! Trepan unos por encima de otros, arrastrándose así al cieno y a la profundidad.

¡Todos quieren llegar al trono! Su locura consiste en creer que la felicidad radica en el trono. -Y, con frecuencia, el fango se asienta en el trono, y también el trono se asienta en el fango.

Dementes son para mí todos ellos, y atolondrados simios trepadores. Su ídolo, ese monstruo helado, me huele mal: todos me huelen mal, esos servidores del ídolo.

Hermanos míos, ¿es que queréis ahogaros con el aliento de sus hocicos y sus concupiscencias? ¡Mejor haríais rompiendo las ventanas y saltando al aire libre!

¡Huid del mal olor! ¡Alejaos del humo de esos sacrificios humanos!

Aún está la tierra a disposición de las almas grandes. Todavía quedan muchos puestos vacantes para eremitas solitarios o en pareja, puestos saturados del perfume de mares silenciosos.

Todavía queda abierta, ante las almas grandes, la posibilidad de una vida libre. En verdad, quien menos posee, tanto menos es poseído. ¡Alabada sea la pequeña pobreza!

Donde el Estado acaba, allí comienza el hombre que no es superfluo: allí comienza la canción de quienes son necesarios, la melodía única e insustituíble.

Allí donde el Estado acaba. -¡Vedlo, hermanos míos! ¿No veis el arco iris, y los puentes hacia el superhombre?..."

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Friedrich Nietzsche, Así habló Zarathustra, Orbis, 1982.
Traducción de J. C. García Borrón. [FD, 06/06/2006]
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Extraído de: http://www.filosofiadigital.com/?p=383
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