martes, 2 de agosto de 2011

El Hombre Unidimensional - Eros y civilización - Herbert Marcuse

"...Este ensayo utiliza categorías psicológicas porque han llegado a ser categorías políticas.(...)

los procesos psíquicos antiguamente autónomos e identificables están siendo

absorbidos por la función del individuo en el estado, por su existencia publica.

Por tanto los problemas psicológicos se transforman en problemas políticos...".


"... La era tiende a ser totalitaria, inclusive donde no ha producido estados totalitarios.

La psicología puede ser elaborada y practicada como una disciplina especial

tan solo en tanto la psique pueda mantenerse a si misma contra el poder publico.

En tanto la vida privada sea real, verdaderamente deseada y construida por si misma;

si el individuo no tiene ni la habilidad ni la posibilidad de ser para sí mismo,

los términos de la psicología llegan a ser los términos de las fuerzas sociales que definen la psique...".

H. Marcuse. op. cit., p, 12 (Prólogo a la primera edición) _____________________________________________________________________________________________________

El hombre unidimensional es una obra de Herbert Marcuse publicada por primera vez en 1964.

Este autor enmarca su ensayo en lo que conocemos como Teoría Crítica, una corriente vinculada con un compromiso social emancipatorio de las estructuras establecidas en la sociedad moderna.

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El totalitarismo de la sociedad industrial avanzada

Marcuse analiza las sociedades industriales avanzadas del mundo occidental que, según él, esconden rasgos totalitarios bajo su apariencia democrática y liberal.

Ofrece al lector una crítica de dos formas represoras en la época de la Guerra Fría, tanto el capitalismo occidental como el modelo soviético de comunismo.

Para ello Marcuse argumenta que la sociedad industrial avanzada crea falsas necesidades, las cuales integrarían al individuo en el existente sistema de producción y consumo, focalizado a través de los medios de comunicación masiva, la publicidad y el sistema industrial.

Este sistema daría lugar, según el autor, a un universo unidimensional, con sujetos con "encefalograma plano", donde no existe la posibilidad de crítica social u oposición a lo establecido.

Marcuse también analiza la integración de la clase trabajadora en la sociedad capitalista y las nuevas formas de estabilización. Todo esto, cuestionando los postulados clásicos de un proletariado inevitablemente revolucionario.

La conclusión de Marcuse es que el sujeto revolucionario no puede estar constituido ni por el subproletariado urbano ni por los intelectuales.

La solución, según el autor, es "despertar y organizar la solidaridad en tanto que necesidad biológica para mantenerse unidos contra la brutalidad y la explotación humanas".

El hombre unidimensional está considerado por muchos intelectuales el libro más subversivo del siglo XX, lo que le originó críticas por parte de los marxistas ortodoxos y los académicos de varios comités políticos y teóricos.

A pesar de este pesimismo, la obra tuvo una gran influencia en la Nueva Izquierda, ya que articuló su creciente desafección con las sociedades capitalistas y comunistas soviéticas.

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Lógica de la dominación

Para Marcuse, la modernidad supone que el consumismo contribuye a una mercantilización de la cultura y a una tecnificación cosificadora de la conciencia.

El control funcionaría, de esta forma, como una articulación de asimilación, presión y seducción, donde el papel de la comunicación industrial sigue siendo ineludible. Un caso concreto donde se aprecia bien este control, según algunos autores, es en el apogeo del individualismo, que se presenta como autosuficiente y prepotente.

Siguiendo a Marcuse:

"El individuo unidimensional se caracteriza por su delirio persecutivo, su paranoia interiorizada por medio de los sistemas de comunicación masivos.

Es indiscutible hasta la misma noción de alienación porque este hombre unidimensional carece de una dimensión capaz de exigir y de gozar cualquier progreso de su espíritu.

Para él, la autonomía y la espontaneidad no tienen sentido en su mundo prefabricado de prejuicios y de opiniones preconcebidas".

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Doble distanciamiento

Puesto que, bajo la óptica de Marcuse, tanto la alta cultura como la baja están sometidas a las normas y los dictámenes del mercado, que la hacen dependiente, éste propone un doble distanciamiento, como única vía para llegar a una cultura verdaderamente libre y emancipadora.

Éste tendría una vertiente espacial o exterior y una vertiente subjetiva o interior.

El autor llama a este proceso "introyección", y supondría el hecho de buscar en uno mismo el verdadero significado de la cultura, como la esencia de la libertad del individuo.

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Herbert Marcuse

Herbert Marcuse (Berlín, 19 de julio de 1898 – Starnberg, Alemania, 29 de julio de 1979), filósofo y sociólogo alemán, fue una de las principales figuras de la primera generación de la Escuela de Frankfurt.
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Biografía

Nació en Berlín, sirvió como soldado en la primera Guerra Mundial y participó posteriormente en la revolución socialista que fue aplastada por las fuerzas de la República de Weimar.

Después de completar sus estudios en la Universidad de Friburgo de Brisgovia en 1922, regresó a Berlín, donde trabajó como vendedor de libros.

Regresó a Friburgo en 1929 para escribir una «habilitación» (disertación postdoctoral para obtener el grado académico de profesor) con Martin Heidegger.

En 1933, debido a que no le sería permitido por ser judío completar su proyecto bajo el régimen nazi, Marcuse empezó a trabajar en el Instituto de Investigación Social en Frankfurt del Meno y, junto con Max Horkheimer y Theodor Adorno, se convirtió en uno de los más destacados teóricos de la Escuela de Frankfurt.

Emigró de Alemania ese mismo año, yendo primero a Suiza y luego a los Estados Unidos, donde obtuvo la ciudadanía en 1940. Durante la Segunda Guerra Mundial trabajó para la Oficina de Servicios Estratégicos de los Estados Unidos (US Office of Strategic Services), precursora de la CIA, analizando informes de estrategia sobre Alemania (1942, 1945, 1951).

En 1952 inició una carrera docente como teórico político, primero en la Universidad de Columbia y en Harvard, luego en la Universidad Brandeis desde 1958 hasta 1965, donde fue profesor de filosofía y política, y finalmente (ya jubilado), en la Universidad de California, San Diego.

Trabajando como profesor en esta universidad participó activamente en los debates sociopolíticos de las décadas de 1950 y 1960, en los que se llegó a hablar de las 3M: Marx, Mao y Marcuse.

Fue amigo y colaborador del sociólogo e historiador Barrington Moore Jr. y del filósofo político Robert Paul Wolff. En la época después de la guerra, fue el miembro más políticamente explícito e izquierdista de la Escuela de Frankfurt, debido a su dedicación a aplicar políticas de emancipación, como la liberación de la mujer o las ideologías juveniles a la primera Teoría Crítica.

Empieza a ser consciente de las principales limitaciones prácticas de la primera escuela de Frankfurt, y de la necesidad de perfilar las tesis sobre cultura y sociedad, identificándose a sí mismo como marxista, socialista y hegeliano.

Fue además un gran aporte teórico para la emergencia de los movimientos juveniles de protesta, como el movimiento hippie.

Marcuse murió el 26 de julio del año 1979, después de haber sufrido una apoplejía durante una visita a Alemania. El teórico Jürgen Habermas, de la segunda generación de la Escuela de Frankfurt, cuidó de él durante sus últimos días.

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Pensamiento

Las críticas de Marcuse a la sociedad capitalista (especialmente en su síntesis de Marx y Freud, Eros y la civilización, publicado en 1955, y su libro El hombre unidimensional, publicado en 1964) resonaron con las preocupaciones del movimiento izquierdista estudiantil de los 60. Debido a su apertura a hablar en las protestas estudiantiles, Marcuse pronto vino a ser conocido como «El padre de la Nueva Izquierda» (término que él rechazaba).

La crítica fundamental que realiza Marcuse a la sociedad moderna, desarrollada en "El hombre unidimensional", es que el sujeto unidimensional es víctima de su propia impotencia y de la opresión continua de un método de dominación más complicado de lo que Adorno y Horkheimer imaginaron.

Esta es la concepción del poder por la que Marcuse se considera como puente entre la primera y la segunda generación de la escuela de Frankfurt.

Esta crítica implica que la sociedad moderna es capaz de asimilar cualquier forma de oposición que surja al interior de sí misma, y por tanto no existe ningún movimiento individual ni colectivo capaz de oponérsele o de socavar sus raíces socioeconómicas.

Este hecho se contrasta fundamentalmente con el capitalismo temprano, en que el movimiento proletario era una fuerza con el potencial efectivo de derribar al régimen.

El capitalismo avanzado que describe Marcuse, en cambio, ha generado a través de los estados de bienestar una mejora en el nivel de vida de los obreros, que es insignificante a nivel real, pero contundente en sus efectos:

el movimiento proletario ha desaparecido, y aún los movimientos antisistémicos más emblemáticos, como el movimiento punk-anarquista o el movimiento bohemio han sido asimilados por la sociedad y orientados a operar para los fines que la sociedad coactiva reconoce como válidos.

El motivo de esta asimilación, según Marcuse, consiste en que el contenido mismo de la conciencia humana ha sido fetichizado (en términos marxistas) y que las necesidades mismas que el hombre inmerso en esta sociedad reconoce, son necesidades ficticias, producidas por la sociedad industrial moderna, y orientadas a los fines del modelo.

En este contexto, Marcuse distingue entre las necesidades reales (las que provienen de la naturaleza misma del hombre) y las necesidades ficticias (aquellas que provienen de la conciencia alienada, y son producidas por la sociedad industrial).

La distinción entre ambos tipos de conciencia sólo puede ser juzgada por el mismo hombre, puesto que sus necesidades reales sólo él las conoce en su fuero más íntimo; sin embargo, como la misma conciencia está alienada, el hombre ya no puede realizar la distinción.

La principal necesidad real que Marcuse descubre es la libertad, entendida como el instinto libidinal no sublimado (en términos freudianos).

Para Marcuse, lo que la sociedad industrial moderna ha hecho con el instinto libidinal del hombre es desublimarlo, y reducirlo al exclusivo ámbito de la genitalidad, cuando en realidad el cuerpo mismo del hombre es sólo ansia de libertad.

La desublimación del instinto libidinal y su encasillamiento en su genitalidad permiten a la sociedad industrial moderna disponer del resto del cuerpo humano para la producción capitalista, así como de todas las energías de los hombres.

Lo que Marcuse quería destacar era una culturalización de la teoría de la felicidad de Freud:

principio de realidad y principio de placer no tienen por qué ser opuestos si se consiguen revelar las causas de la infelicidad.

Marcuse se opone a lo abstracto del pensamiento racionalista cartesiano, que entiende al individuo como sujeto ideal, descartando el valor de lo corporal y de lo erótico.

Y precisamente estos dos factores son imprescindibles para analizar el paso del ser al deber ser en lo cotidiano del ser humano.

Esto coloca a Marcuse en una posición de vitalismo integral, entendiéndolo como una actitud de liberación tanto individual como colectiva, sacar a la luz lo más alejado de las convenciones, entendido por Freud como el "ello".

Para Marcuse, la instancia fundamental de formación de la conciencia humana está en la niñez, tal como se vive en el interior de la familia. En esta etapa, el hombre que se está formando adquiere sus categorías normativas y todo su marco de referencia para enfrentar el mundo.

Lo que la sociedad industrial moderna ha trasmutado es precisamente ese ámbito familiar, en que la sociedad misma alienante se ha introducido a través de los medios de comunicación de masas, reemplazando a la familia, y formando a los hombres con categorías que no salen de él mismo, sino del capitalismo.

Las necesidades del hombre, así como sus anhelos, sueños y valores, todo ha sido producido por la sociedad, y de esa manera se ha asimilado cualquier forma de oposición o movimiento antisistémico.

En este punto está la principal diferencia entre la forma de alienación que describe Marx y la que describe Marcuse.

Mientras en Marx la alienación está focalizada en el ámbito del trabajo, donde al hombre se le arrebata su plusvalor (y por tanto su condición humana),

en Marcuse la alienación está enfocada en la conciencia misma del hombre moderno, y por tanto no hay forma alguna de escapar a la coacción.

A pesar de identificar en el hombre una forma de sumisión mucho más desarrollada y difícil de penetrar, Marcuse remarca los valores de la vanguardia en el arte cuando habla de Bertolt Brecht o dice por ejemplo:

"La lucha por hallar este medio, o más bien dicho la lucha contra su absorción en la unidimensionalidad predominante, se muestra en los esfuerzos de la vanguardia por crear un distanciamiento que haría la verdad artística comunicable otra vez"(Hebert Marcuse, “El hombre unidimensional”, pág 96).

Este distanciamiento que pretende realizar Marcuse está marcado por la intencionalidad de alejar al ser humano del dominio que está impuesto en toda la sociedad. Y pretende reorientar el rumbo de la cultura hacia el arte, hacia lo estético.

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Propuesta teórica y política

Marcuse muestra un análisis muy profundo y duro en cuanto a los procesos de cambio, a pesar de eso el reconoce "la posibilidad de alternativas" y los diferentes caminos y sobre todo la tarea de la filosofía en este aspecto. Una nota al pie muy curiosa de su libro "el hombre unidimensional" dice:

“Todavía existe el legendario héroe revolucionario que puede derrotar incluso a la televisión y a la prensa: su mundo es el de los países ‘subdesarrollados’”

(Hebert Marcuse, “El hombre unidimensional”, pág 101, nota 14).

Pero la pretensión de hacer posible el distanciamiento a través del arte para evitar la dominación, muestra claramente un problema que impide utilizarlo como medio de evasión.

Según Marcuse, el arte es capaz de sacarnos de la vida diaria, nos hace ver la realidad de otra forma porque nos coloca en otra posición.

Sin embargo, el arte está distanciado, pero no separado de la realidad porque está mercantilizado, por lo tanto, no se puede utilizar como medio de evasión porque está bajo el control de la clase dominante, como el resto de los ámbitos de la sociedad.

En diferentes pasajes se evidencia su idealismo que luego se traduce a su militancia política.

Esta contradicción es reconocida por Marcuse, quien vivió en una eterna disputa teórica acerca de la interrogante fundamental de si la sociedad tenía la posibilidad o no de cambiar desde adentro y por tanto de trascender el statu quo.

Está clara la existencia de esperanza en su pensamiento, aunque el análisis de la realidad y los acontecimientos se contrapongan a este tema.

Para ilustrar esta contradicción, en sus conclusiones sobre el "hombre unidimensional" Marcuse cita al final una frase de Walter Benjamin que dice lo siguiente:

"Sólo gracias a aquellos sin esperanza nos es dada la esperanza"

(Hebert Marcuse, “El hombre unidimensional”, pág 286)

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Problema psicológico, problema político

En la era presente, se han invalidado las fronteras entre la psicología por un lado y la filosofía social y política por el otro, gracias a la condición actual del hombre.

Por eso en Eros y civilización hace uso de categorías psicológicas, ya que antes los procesos psíquicos, antiguamente autónomos e identificables ahora están siendo absorbidos por la función del individuo en el estado, por su existencia pública.

Por lo mismo los problemas psicológicos se transforman en problemas políticos:

el desorden privado refleja más directamente que antes el desorden de la totalidad, y la curación del desorden personal depende más directamente que antes de la curación del desorden general.

La psicología puede ser elaborada y practicada entonces como una disciplina especial tan sólo en tanto la psique pueda mantenerse a sí misma contra el poder público, en tanto la vida sea realmente deseada y construida por sí misma, y afirma Marcuse, que

"si el individuo no tiene ni la habilidad ni la posibilidad de ser para sí mismo, los términos de la psicología llegan a ser los términos de las fuerzas sociales que definen la psique".

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Eros y civilización - Herbert Marcuse

Además de la filosofía de Hegel, Marx, Dilthey, Husserl y Heidegger, tuvo una importante presencia en la formación de su pensamiento el psicoanálisis de Sigmund Freud.

En Eros y civilización (1955) retoma la teoría freudiana según la cual la civilización se apoya sobre la represión permanente de los instintos humanos, reemplazando la satisfacción inmediata de los mismos por una satisfacción diferida.

“El metódico sacrificio de la libido, su desviación inexorablemente impuesta, hacia actividades y expresiones útiles desde el punto de vista social, son la cultura” dice Marcuse, sintetizando la visión freudiana.

Al dejar el “principio de placer” y asumir el “principio de realidad”, “el ser humano, que era poco más que una maraña de tendencias animales, se convirtió en un yo organizado”.

Una civilización no represiva es una quimera para Freud. El principio del placer y el de realidad son antagonistas irreconciliables. Marcuse no coincide con el fundador del psicoanálisis en este punto.

Desde una visión de la historia inspirada en el materialismo-histórico de Marx, considera que esta oposición no es metafísica, que no se origina en la naturaleza humana, sino que es producto de una organización social histórica determinada.

El progreso tecnológico ha creado las condiciones para una liberación respecto de la obligación del trabajo, para una ampliación del tiempo libre.

Marcuse considera que ello permitirá la liberación de las potencialidades reprimidas que,

“así liberadas, crearán nuevas formas de realización y de descubrimiento del mundo, que a su vez otorgarán una nueva forma al reino de la necesidad, a la lucha por la existencia.

Así se dan las condiciones para el surgimiento de una sociedad no represiva en la que se viva la felicidad del Eros liberado, la lógica de la satisfacción y no ya la de la represión”.

¿Qué impide el arribo a esta nueva sociedad? El poder que, con el fin de perpetuarse, alimenta un estado de necesidad que ya no es tal.

Así, por ejemplo, transforma lo que podría haber sido una liberación sexual (una evolución hacia una sexualidad polimorfa que Marcuse propugna y entiende como propia de una sociedad no represiva) en un consumismo sexual, en una sexualidad tomada como objeto de consumo, integrada al sistema.

La pretendida “liberación de las costumbres” que permite y propugna el capitalismo no es una verdadera “liberación” sino una estrategia para impedirla.

En El marxismo soviético (1958) critica duramente la evolución de la revolución Rusa y su tendencia a la burocratización.

Critica también que se haya hecho del marxismo un dogma y que el Estado haya quedado en manos de una casta de burócratas investidos de un poder totalitario.

De este modo, el marxismo se ha convertido allí en instrumento al servicio de una sociedad represiva, burocrática y totalitaria.

En El hombre unidimensional (1964), su obra más famosa, presenta a la sociedad capitalista “avanzada” como una sociedad en la que el hombre ha perdido su sentido crítico.

El consumismo y la “liberación de las costumbres” lo han transforman en un ser cada vez más adaptado e integrado al sistema.

Ya no hay espacio para la oposición y la crítica, la sociedad unidimensional “integra en sí toda auténtica oposición y absorbe en su seno cualquier alternativa”.

En ella se da “una confortable, tersa, razonable, democrática no libertad”.

El capitalismo avanzado ejerce su dominio, su control total, de un modo sutil, manipulando los deseos y las necesidades de las personas.

“No sólo determina las ocupaciones, las habilidades y las actitudes socialmente requeridas, sino también las necesidades y las aspiraciones individuales”.

La filosofía de esta sociedad unidimensinal es el positivismo, que sirve de base a la racionalidad tecnológica y a la lógica del dominio. Y esta filosofía no tiene rival porque se ha anulado el espacio de la crítica.

Contra las previsiones de Marx, hasta el propio proletariado ha perdido su impronta revolucionaria, seducido por el confort y el consumismo.

Por esta razón Marcuse busca otros sujetos revolucionarios, y los encuentra en los extranjeros, los explotados, los desocupados, las minorías, los marginados y los excluidos del sistema.

Su sola presencia muestra la necesidad de poner fin a condiciones e instituciones intolerables.

De todos modos Marcuse no aclara cómo sería un proceso revolucionario protagonizado por estos actores.

Prefiere que su pensamiento permanezcan en la negatividad, en la crítica, unido a “aquellos que, sin esperanza, dieron y dan la vida por el Gran Rechazo”.
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Obra

# Acerca de los fundamentos filosóficos del concepto científico-económico del trabajo (1933)
# The Struggle Against Liberalism in the Totalitarian View of the State (1934)
# Razón y revolución (1941)
# Eros y Civilización (1955)
# El marxismo soviético (1958)
# El hombre unidimensional (1964)
# Tolerancia represiva (1965)
# El final de la Utopía (1968)
# La sociedad industrial y el Marxismo (1968)
# Un ensayo sobre la liberación (1969)
# Psicoanálisis y política (1969)
# Cultura y Sociedad (1970)
# Ética de la Revolución (1970)
# La Sociedad Opresora (1972)
# The Aesthetic Dimension (1978)
# La agresividad en la sociedad industrial avanzada. Y Otros Ensayos (1979)
# Introducción a la terminología financiera (1988)
# Protosocialism and Latecapitalism. Toward a theoretical synthesis Based on Bahro's Analysis
# Perspectivas sobre comunicación y sociedad (2003)
# Acerca del carácter afirmativo de la cultura (1967)

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Extraído de:

http://es.wikipedia.org/wiki/El_hombre_unidimensional

http://es.wikipedia.org/wiki/Herbert_Marcuse

http://www.luventicus.org/articulos/02A027/marcuse.html
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