jueves, 6 de marzo de 2014

El Amor Consciente - Alfred Richard Orage


Hay que aprender a distinguir entre tres tipos de amor por lo menos (aunque haya siete) 

el amor del cuerpo, el amor emocional y el amor consciente. 

No hay mayor peligro de que no se puedan aprender los dos primeros, 

pero el tercero es raro y depende tanto del esfuerzo como de la inteligencia.

El amor consciente engendra amor consciente. 

Es raro entre los seres humanos por varios motivos:

primero, porque la gran mayoría son niños que quieren ser amados pero no amar; 

segundo, porque rara vez se concibe la perfección como la meta justa del amor humano

aunque sólo esto diferencie el amor humano adulto del amor infantil y animal;

 tercero, porque los seres humanos no saben, aunque lo deseen, qué es bueno para sus seres amados; 

y cuarto, porque nunca ocurre por accidente, sino que debe ser objeto de resolución, esfuerzo, elección consciente. 

Es tan poco probable que el amor consciente surja de por sí como que el Bushido o la Orden de Caballería haya surgido por
accidente. 

Así como éstas fueron obras de arte, también el amor consciente debe ser una obra de arte. 

Este tipo de amante se enlista, pasa por su aprendizaje, y quizá alcance un día la maestría. 

Se perfecciona a sí mismo para poder desear y ayudar con pureza la perfección de su amada.

¿Quiere alguien ingresar en esta orden del amor consciente?

Que se deshaga entonces de todo deseo personal e idea preconcebida. Contemple a su bienamada: 

¿qué clase de mujer (u hombre) es ella (o él)? 

He aquí un misterio: un aroma de perfección, cuyo aire naciente es adorable. 

¿Cómo puede actualizarse esta perfección, para gloria de la amada y de Dios su Creador? 

Que piense el amante si es capaz de ello. Sólo puede concluir que no lo es. 

Quien no puede cultivar flores, ni tratar bien a perros o caballos, ¿cómo puede aprender a revelar la perfección, aún por germinar, de la amada? 

Se requiere humildad y luego una tolerancia deliberada. 

Si no estoy seguro de lo que conviene a su perfección, al menos que tenga ella libertad para seguir sus propias inclinaciones.

Entretanto estudiaré: qué es ella, y qué puede llegar a ser; qué necesita, qué busca su alma sin poder encontrarle nombre y, todavía menos, forma. 

Tendré que prever hoy sus necesidades de mañana; sin pensar nunca en lo que sus necesidades puedan significar para mí. 

Veréis, la autodisciplina y la autoeducación que se exigen aquí. 

Entrad, audaces, en estos bosques encantados. 

Los dioses se aman conscientemente y los amantes conscientemente se convierten en dioses.

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Extraido del muro de Gurdjieff-Discípulos de C.M. en Facebook
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