martes, 17 de mayo de 2016

Juan Clímaco - Filocalia


La oración de Jesús y el pensamiento de la muerte 

Al tendemos en nuestro lecho es cuando ha llegado el momento de velar, de estar sobrios, porque el espíritu, entonces, combate a solas y sin el cuerpo contra los demonios, ya que el cuerpo se encuentra en una disposición propicia a la sensualidad y estará propenso a traicionar. 

Que siempre se acueste con vosotros el pensamiento de la muerte y que con vosotros se despierte junto a la oración monológica de Jesús. No podríais encontrar en vuestro sueño auxiliares comparables a éstos. 

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Orad a menudo en las tumbas y registrad su imagen, indeleble, en vuestro corazón. 

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Si bien todo temeroso es un vanidoso, esto no significa que todos los intrépidos sean humildes, pues los bandoleros, los destructores de sepulturas no son, por lo general, temerosos. 

Ciertos lugares os inspiran temor: no dudéis en acudir a ellos en plena noche. Si transigís, aunque sea un poco, con ese sentimiento él envejecerá con vosotros. 

Mientras avanzáis, armaos con la oración; al entrar en ellos, extended los brazos y flagelad a los enemigos con el nombre de Jesús pues no existe en el cielo ni en la tierra un arma más eficaz. 

La oración del hesicasta 

El verdadero monje es una mirada inmóvil del alma y un sentido corporal inquebrantable... El monje es una luz que no se extingue a los ojos del corazón. 

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La soledad del cuerpo es la ciencia y la paz, de la conducta y de los sentidos; la soledad del alma, la ciencia de los pensamientos y un espíritu inviolable. 

El amigo de la soledad es un espíritu animoso e inflexible, centinela sin sueño ante la puerta del corazón para derribar y matar a los que se aproximan. 

Aquel que practica esta soledad en lo profundo de su corazón comprende lo que yo digo: aquel que está todavía en la primera infancia no la ha gustado y no la comprende. 

El que sabe no tiene necesidad de palabras; está iluminado por la ciencia de las obras. 

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El hesicasta es aquel que aspira a circunscribir lo incorporal en una morada de carne. Como el gato espía al ratón así el espíritu del hesicasta acecha al ratón invisible. 

No desdeñéis mi comparación pues así mostraréis que no conocéis todavía la soledad. El caso del cenobita no es el del monje solitario. 

El monje necesita una gran vigilancia y un espíritu libre de agitación. El cenobita tiene a menudo el apoyo de un hermano, el monje el de un ángel. 

Las potencias espirituales permanecen con los verdaderos solitarios y se asocian al culto que ellos rinden a Dios... 

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El hesicasta es aquel que dice: «A punto está mi corazón» (Sal 57, 8). El hesicasta es aquel que dice: «Yo duermo pero mi corazón vela» (Cant 5, 2). 

Cerrad la puerta de vuestra celda a vuestro cuerpo, la puerta de vuestros labios a vuestras palabras, vuestra puerta interior a los espíritus. 

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Aquellos en quienes el espíritu aprendió a orar en verdad, hablan al Señor frente a frente, son como los que hablan al oído del emperador. 

Aquellos que oran con su boca nos recuerdan a los que se prosternan ante el emperador en presencia de toda la corte. 

Aquellos que viven en el mundo son como los que dirigen su súplica al emperador desde la confusión de la multitud. 

Si habéis aprendido debidamente el arte de la oración, no habrá en esto nada de nuevo para vosotros. 

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Sentados en una altura, observad, y veréis entonces a los merodeadores que se adelantan para robar vuestros racimos; sus tácticas, su hora, su origen, su nombre y su naturaleza. 

El centinela, al sentirse fatigado, se levantará para orar, luego se sentará para retomar animosamente a su anterior ocupación. 

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La obra de la soledad (hesychia) es un desapego total de todas las cosas razonables o no. 

Pues aquel que se abre a las primeras encontrará seguramente las siguientes. 

Su segunda obra es la oración asidua; la tercera, la actividad inviolable del corazón. 

Es imposible, sin conocer las letras, leer los libros: imposible es, también, sin haber antes adquirido las dos primeras obras, abordar la tercera como es debido... 

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Un cabello basta para empañar la mirada; una simple preocupación es suficiente para destruir la soledad (hesychia), pues la soledad es despojamiento de todos los pensamientos y renuncia a todas las preocupaciones sean o no razonables. 

Aquel que posee verdaderamente la paz no se preocupa ya de su propio cuerpo... 

Aquel que quiere ofrendar a Dios un espíritu purificado y se deja turbar por las preocupaciones se parece al que, teniendo las piernas estrechamente ligadas, pretende correr... 

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Más vale un pobre obediente que un hesicasta distraído. Aquel que cree dedicarse a la soledad sin considerar sus ventajas a todas horas, o no es un verdadero hesicasta o se dejará sorprender por la presunción. 

La soledad es un culto y un servicio inintermmpido de Dios. Cuando el recuerdo de Jesús sea uno solo con vuestra respiración entonces comprenderéis la utilidad de la soledad. 

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La obediencia se pierde por propia voluntad; la soledad por el espaciamiento de la oración... Por la noche, dedicad la mejor parte de vuestro tiempo a la oración y la más corta a la salmodia. Cuando llegue el día preparaos para volver valientemente a vuestro oficio... 

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La lectura es poco útil para iluminar y recoger el espíritu... Sois un obrero, tened, pues, lecturas activas. Vuestra ocupación vuelve inútil cualquier otra lectura. Hallaréis vuestras luces sobre la ciencia de la santidad en los trabajos antes que en los libros. 

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Aquel que se sienta ante Dios en lo profundo de su corazón durante la oración, es como una columna inconmovible... El que es en verdad obediente, a menudo, durante la oración, se vuelve repentinamente luminoso y es transportado de alegría. 

El combatiente está, de ahora en adelante, preparado e inflamado para un servicio irreprochable, pero, aun cuando pueda orar con la multitud, para la mayoría es mejor hacerlo con un compañero del mismo espíritu, pues la oración perfectamente solitaria es un rarísimo privilegio. Es imposible además, cuando se salmodia con la multitud, orar inmaterialmente...

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El monje que vela en su vigilia nocturna, es un pescador de pensamientos que sabe distinguir sin esfuerzo los pensamientos en la quietud de la noche, y atraparlos... Demasiado sueño conduce al olvido pero la vigilia purifica la memoria. La riqueza de los agricultores se recoge en la era y el lagar; la riqueza y la ciencia (gnosis) de los monjes se reúne en los estados y ocupaciones vespertinas y nocturnas del espíritu... 

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En la vigilia de la tarde algunos extienden sus manos para la oración, inmateriales y despojados de toda preocupación; otros se entregan a la salmodia; otros se aplican a la lectura; algunos otros, en su debilidad, luchan bravamente contra el sueño trabajando con las manos; otros más se dedican al pensamiento de la muerte con el designio de obtener la compunción. 

Entre ese número, los primeros y los últimos perseveran en una vigilia agradable a Dios; los segundos, en una vigilia monástica; los terceros siguen el camino inferior. Pero Dios agradece y juzga la ofrenda según la intención y los medios. 

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Que vuestra oración ignore toda multiplicidad: una sola palabra bastó, tanto al publicano como al hijo pródigo, para obtener el perdón de Dios... 

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No busquéis las palabras de vuestra oración: ¡cuántas veces los balbuceos simples y monótonos de los niños conmueven a su padre! No os lancéis a largos discursos para no disipar vuestro espíritu en la búsqueda de palabras. 

Una sola palabra del publicano conmovió la misericordia de Dios; una sola palabra llena de fe salvó al ladrón. 

La prolijidad en la oración a menudo llena el espíritu de imágenes y lo disipa, mientras que una sola palabra (monología) tiene por efecto su recogimiento. Sentíos consolados y enternecidos por una palabra de la oración y allí deteneos, pues vuestro ángel guardián ora entonces con vosotros. 

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No os consideréis demasiado seguros, incluso si habéis obtenido la pureza, sino más bien sentid una gran humildad; entonces alcanzaréis una confianza más grande. Habiendo ascendido la es caía de las virtudes, orad para pedir el perdón de vuestros pecados, dóciles al grito de san Pablo: «El primero de los pecadores soy yo» (1 Tim 1, 15). 

El aceite y la sal proporcionan sabor a los alimentos; la castidad y las lágrimas dan alas a la oración. Cuando hayáis revestido la dulzura y la ausencia de cólera, no os costará mucho más liberar vuestro espíritu de su cautiverio. 

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En tanto no hayamos obtenido la verdadera oración, nos pareceremos a los niños que dan sus primeros pasos. Trabajad, pues, para elevar vuestro pensamiento, o mejor, para recluirlo en las palabras de vuestra oración; si la debilidad de la infancia la hace caer, levantadía nuevamente. 

Pues el espíritu es inestable por naturaleza, pero aquel que puede sostenerlo todo, puede, también, fijar el espíritu. Si no cesáis de combatir, aquel que fija los límites a la mar del espíritu vendrá a vosotros y dirá: «No pasarás de aquí» (Job 38, 11). 

Es imposible encadenar al espíritu, pero allí donde se encuentra el Creador del espíritu, todo le está sometido. Quien algún día ha visto el sol podrá hablar de él, mientras que aquel que no lo ha visto, ¿cómo podría hacerlo sin mentir? 

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El primer grado de la oración consiste en arrojar, mediante un pensamiento o una palabra, simple y fija (monológicamente), las sugestiones en el momento mismo en que aparecen. 

El segundo, es vigilar nuestro pensamiento únicamente en aquello que decimos y pensamos. 

El tercero, el rapto del alma en el Señor. 

Una es la exultación que encuentran en la oración aquellos que viven en comunidad; otra, diferente, la que experimentan los solitarios: la primera puede estar todavía ligeramente manchada de imaginación, la segunda está totalmente colmada de humildad... 

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El gran héroe de la sublime y perfecta oración dijo: «Prefiero decir... cinco palabras con sentido» (1 Cor 14, 19). Los niños pequeños no tienen idea de esto: imperfectos como somos, necesitamos unir a la calidad la cantidad. La segunda nos procura la primera. 

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Si no estamos solos a la hora de la oración, impongámonos interiormente la actitud de la súplica; no habiendo testigos susceptibles de alabarnos, impongámonos, además, la actitud exterior de la reverencia, pues, en los imperfectos, a menudo el espíritu se conforma según el cuerpo. 

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Resucitados del amor del mundo y de los placeres, rechazad las preocupaciones, despojaos de vuestros pensamientos, renegad de vuestro cuerpo, ya que la oración no es otra cosa que un exilio del mundo visible e invisible. 

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Existe una diferencia entre examinar asiduamente el corazón y visitarlo mediante el espíritu, rey y pontífice que ofrece a Cristo víctimas razonables. Sobre los unos -nos dice un autor que mereció el título de teólogo- el fuego santo y supraceleste desciende para consumir aquello que resta todavía para su purificación; él ilumina a los segundos en la medida de su perfección. Pues el mismo fuego que consume es también la luz que ilumina. 

Por eso ocurre que algunos salen de la oración como de una hoguera, experimentando una especie de disminución de manchas y materia, mientras que otros salen iluminados y revestidos del doble manto de la humildad y la exultación. 

Aquellos que salen de la oración sin uno de estos dos efectos, han hecho una oración corporal, por no decir judía, y no una oración espiritual. Si el cuerpo que toca a otro sufre un efecto de alteración, ¿cómo no sufrirá también una alteración aquel que toca el cuerpo del Señor con manos inocentes? 

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No se aprende a ver, es un efecto de la naturaleza. La belleza de la oración no se aprende por la enseñanza de otro. Ella tiene su maestro en sí misma, Dios, «el que el saber al hombre enseña» (Sal 94, 10) da la oración a aquel que ora y bendice los años de los justos.

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